Las emociones son reacciones psico-fisiológicas, que experimentamos ante determinadas circunstancias, y que nos ayudan a adaptarnos al entorno. La función última de cualquier emoción es asegurar nuestra supervivencia, y para ello cada emoción nos envía un mensaje importante. El miedo nos alerta ante situaciones de peligro, el enfado nos ayuda a delimitar nuestro espacio… la tristeza simboliza una pérdida y nos permite hacer el duelo imprescindible para asimilarla, darle significado y realizar los ajustes psicológicos necesarios para seguir adelante.
Sin duda, las personas “necesitamos de todas nuestras emociones”. Tanto las provocadas por situaciones agradables como las ocasionadas por circunstancias desagradables. Reprimir una emoción no la hace desaparecer, seguirá estando ahí. Tratar de no mirarla, nos resta control sobre ella. No podremos manejarla y será la emoción la que terminará tomando el control sobre nuestras acciones. Lo que quiere decir que, si tratamos de disfrazar y/o taponar nuestras emociones, terminaremos abandonándonos a ellas y perdiendo el control. Cuando ocurre esto, es fácil que el miedo se transforme en ansiedad o en fobia, que nuestro enfado se convierta en ira y que nuestra tristeza derive en una depresión…
En Exeo creemos que necesitamos reaprender a gestionar nuestras emociones, comenzar a tomar conciencia sobre su existencia, reconocer sus mensajes, sus funciones… sin juzgarlas, sin juzgarnos… para lograr tener un mayor control sobre lo que queremos y sobre lo que somos. Reconocer e identificar nuestras emociones, ponerle nombre, expresarlas… si aprendemos a hacer todo esto, podremos, sin duda, manejarlas, ganar poder sobre nosotros mismos.
Por tanto, todas las emociones tienen una causa y un propósito de ser en nosotros y nosotras. Pero las emociones provocadas por circunstancias desagradables pueden generar pensamientos negativos y creencias limitantes. En realidad, no se trata de “no sentir” emociones “negativas”, sino de estar dispuestos a desapegarnos de dichos estados emocionales. No se trata de “forzarnos” a “ser felices” todo el tiempo, sino de “dejar ir” aquellos sentimientos y pensamientos “distorsionados” sobre situaciones ya resueltas, o que sabemos que no pueden aportarnos nada positivo.
Desapegarnos de determinadas emociones, es el mayor acto de amor propio que podemos desarrollar. Y no hay deber que descuidemos tanto como el de cuidarnos, el de querernos, el de respetarnos…
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