Enfrentarnos a lo que nos venga, tanto en el terreno personal como en el profesional y empresarial, con actitud positiva y valentía, significa afrontar la vida con rol de protagonista, huir del complejo de víctima. Lo que no quiere decir que no debamos sufrir por nuestras desgracias, o que tengamos que aparentar siempre una fortaleza de acero. Si no que, tras el duelo, podamos extraer aprendizaje, y salgamos fortalecidos y fortalecidas.
La percepción que tiene una persona acerca de dónde se localiza el agente causal de los acontecimientos de su vida se llama, en psicología y en sociología, Locus de Control. Y existen dos posiciones conceptuales extremas: El Locus de Control Interno y El Locus de Control Externo. El primero implica la percepción de que los eventos ocurren principalmente como efecto de nuestras propias acciones, es decir, la percepción de que la persona controla su vida. Estas personas valoran positivamente el esfuerzo, las habilidades y tienen un fuerte sentido de la responsabilidad. El Locus de Control Externo, por el contrario, supone la percepción de que los eventos ocurren como resultado del azar, del destino, de la suerte o del poder y las decisiones de otros. De esta forma, se piensa que los eventos no tienen relación con el propio desempeño, es decir, que los eventos no pueden ser controlados por el esfuerzo y la dedicación.
En Exeo entendemos que un Locus de Control externo en extremo, puede suponer adoptar una actitud poco responsable, victimista, catastrofista, pasiva… que favorezca una baja autoestima. Por el contrario, un Locus de Control Interno en extremo, puede llevar a pensar que somos totalmente responsables de lo que ocurre a nuestro alrededor, haciendo insoportable el peso de dicha responsabilidad, y empujándonos a menospreciar los factores causales relacionados con el entorno.
En un campo intermedio entre estos dos conceptos extremos, cada uno de nosotros y de nosotras, debe de situar dónde colocar su Locus de Control y cómo gestionarlo. Y esto, que es algo de vital importancia en el terreno individual, también lo es a nivel grupal.
Cuando un equipo es capaz de asumir que su actitud ante el entorno y ante el destino es determinante para su futuro, significa que ha dado el primer paso para gestionar con éxito sus propias emociones. Trabajar sobre los estados de ánimo del equipo, construir la propia armonía, superar las circunstancias con los mejores ánimos, reconocer fortalezas favoreciendo la resiliencia y la consecución de acuerdos…En definitiva, el equipo no puede controlar lo que ocurre en su entorno, pero sí que puede gestionar cómo afrontarlo. Puede adoptar un razonable locus de control interno, que le permita convertir las amenazas en oportunidades, y construir su éxito peldaño a peldaño, apoyándose en todos y cada uno de sus “fracasos”.
¿Y vuestro equipo, qué locus de control tiene?
Herman Melville (Nueva York, 1819 – Ibíd, 1891) escritor, novelista, poeta y ensayista estadounidense, principalmente conocido por su novela Moby-Dick.